lunes, 28 de enero de 2013

Cuando flaquean las fuerzas

Y entonces un día, mientras observas pensando el techo de encima de tu cama, te das cuenta. No tienes fuerzas, son pocas las que te quedan. No existe un buenos días que realmente lo signifique. Las ganas de continuar, de hacer nada y las razones para hacerlo son casi nulas, sigues por inercia, por no dejar todo a medias, porque alguien te ha enseñado que quizá es lo correcto, lo normal. Pero te encuentras en un punto al que nunca habías pensado llegar. En un lugar que te resulta indiferente, sin nada que te empuje, sin nada a favor. Te despiertas sin más fuerzas que las de seguir tirado en la cama. No existe nada, pero tampoco las ganas de encontrarlo, solo las ganas de huir. Trabajas día a día para un futuro que no te gusta, ha desaparecido el entusiasmo por querer ser el mejor para alguien y las ganas de poder comenzar una amistad que pueda llegar a nada, de poner el empeño en conocer a alguien, pasar los días con conversaciones largas y con las que disfrutar, pero no existen las ganas de hablar, no existen las fuerzas ni las razones suficientes y tampoco la persona que consiga avivarlas. El chico gracioso, simpático, original, ingenioso y especial que podría ser para alguien simplemente se esfuma y desaparece, vencido por la vida, con el único pretexto de ir a dormir, de que termine un insulso día más en el que el resto del mundo avanza. No tengo ganas de agradar a nadie, ni tan siquiera a mí mismo, no merece la pena porque sirve de poco, lo único que termina viniendo de frente son los golpes y llega un momento en el que te cansas de esquivarlos, en el que decides que tal vez lo mejor sea escapar de ellos a un lugar donde tal vez no lleguen, donde no vuelvan a dolerte, pero no tengo valor para huir.
Llega un momento en el que sin haber llegado a disfrutar realmente de nada estas cansado de todo.

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