martes, 24 de abril de 2012
Prólogo
Las
campanas picaban retumbando suavemente en mis oídos, no tenia ganas
de levantarme ni de salir de allí. Necesitaba la soledad de un día
apagado. La persiana dejaba entrar suaves hilos de luz dorada que no
me atrevía a comprender. Aquel día no merecía luz, sino tinieblas.
Había pasado prácticamente toda la noche en vela pensando ella,
pensando en cada segundo que pasé a su a lado y en la felicidad que
me produjo. Pero instantes antes todo había terminado, la bonita
historia acabó dando paso al mundo sin ella, a un mundo que me
resignaba a pensar que existiera. Necesitaba volver a reconfortarme
en sus brazos, volver a verla tras una noche que solo hubiera sido
mejor a su lado. Mi cabeza y mis ojos aun sentían el dolor de una
mala noche. No quería levantarme y al alzar la persiana ver que el
día me recibía con sol, con lo que yo supuestamente era, un sol.
Encaminé mis pasos hacia la ventana y me dispuse a plantarle cara al
día. Cual fue mi sorpresa cuando al dejar la luz entrar me encontré
un día asustado, color ceniza. Aquellos rayos que me pareció ver no
eran sino un reflejo de claridad. Me encontré un día de nubes como
el que mis sentimientos esperaban ver, un día que me demostraba que
los soles también se apagan.
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