martes, 18 de septiembre de 2012

La hora de la siesta


Las calles continuaban cálidas, aunque no tanto como días atrás. Empezaba una nueva semana, pero algo hacia que no me ilusionara en exceso a pesar de significara más días por delante para estar contigo. Salí a la calle apresurado, aquella mañana apenas había hablado contigo y prácticamente aproveché hasta el último segundo del que disponía para hablar un poco contigo. Debí andar rápido porque en poco tiempo me planté en el edificio, algo impuntual, pero lo suficientemente a tiempo como para tomar asiento sin que nadie se percatara de mi tardanza. La monotonía de la voz que explicaba y la poca necesidad de prestarle atención a aquellas horas me aburría enormemente dando así libertad a que me distrajera con facilidad pensando en cualquier cosa, en este caso en ti. Poder hablar contigo en ese instante e incluso haberte visto. Y es que no consigo sacarte de mi mente y menos aún en un momento como este en el que me gustaría distraerme hablando y riendo contigo en lugar de tener que aguantar las horas que restan a esta tarde aburrido. 

0 comentarios:

Publicar un comentario