viernes, 18 de mayo de 2012

Terrazas

Todo quedaba dorado aquella tarde al verse bañado por el sol. Una suave brisa recorría la calles y giraba las esquinas llevando hasta cada puerta los granos de polen que se suspendían en el aire y dejaban en el ambiente un olor completamente primaveral. La llama de una vela ancha, temblorosa por aire, adornaba el centro de las mesas de la terraza de aquel bar, la cual quedaba delimitada por el brillante verdor de las hojas de aquellas macetas rectangulares. En una de las mesas un músico improvisado lanzaba las notas alegres de su guitarra al viento mientras tanto su acompañante imponía el ritmo percutiendo con los dedos la mesa. Un vaso helado escondía el color de mi cerveza, el cual apenas se podía apreciar en el rastro que había dejado una gota de espuma que al rebosar se había deslizado por el cristal de la caña hasta llegar a la mesa. La primavera se respiraba a la perfección allí sentado. A aquel lugar solo le faltaba una cosa para ser perfecto, que tu estuvieras sentada frente a mi mirándome a los ojos tras los cristales de tus gafas de sol.

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